En el día de la bandera, recuerdo algunos fragmentos del célebre discurso pronunciado el 24 de septiembre de 1873 por
el presidente Sarmiento al inaugurar la estatua de Belgrano.
Este discurso mereció un artículo de Eduardo Wilde en el
diario La República que, según
Sarmiento, rivalizaba en belleza con el discurso mismo.
Decía Sarmiento:
“…Hace cincuenta años
que desapareció de la escena y no ha muerto sin embargo. Apenas se conserva el
recuerdo de la casa en que nació aquí, y todas las ciudades y pueblos
argentinos lo reclaman como suyo. Su apellido puede extinguirse según la
sucesión de las generaciones; pero dos millones de habitantes desde ahora lo
aclaman Padre de la Patria.
No es la biografía del
General Belgrano la que intentaría trazar, para dar mas vida al bronce, que la
que le ha comunicado al artista. Belgrano era muy hombre de la época
crepuscular en que apareció. General sin las dotes del genio militar, hombre de
estado, sin fisionomía acentuada. Sus virtudes fueron la resignación y la
esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado.
Su nombre, empero, sin
descollar demasiado, se liga a las mas grandes faces de nuestra Independencia,
y por mas de un camino, si queremos volver hacia el pasado, la candorosa figura
de Belgrano ha de salirnos al paso.
Cuando el Gobierno
agradecido, quiso premiarlo, por la memorable victoria ganada en Tucumán en
este día, disminuyendo su pobreza fundo con el premio cuatro escuelas
primarias, las primeras, que cuatro ciudades, que son hoy capitales de
Provincia, veían abrirse para la educación de sus hijos. Acaso algún Senador
hoy, asistió a alguna de ellas en su niñez.
Estos desvelos por
levantar al pueblo de su postración intelectual, sin la cual no hay libertad
duradera; su empeño de establecer la moral relajada en escuelas y ejércitos; su
profundo sentimiento religioso que difundía sobre el soldado, para santificar
la causa de la independencia, poniéndola bajo la protección de la virgen de Mercedes
que conserva aun el bastón del mando depositado por el al pie de su imagen en
Tucumán; su eclipse de la escena, cuando en los tiempos de discordia y de
guerra civil, como dice Tácito, "el poder pertenece a los mas
perversos"; su muerte oscura; su carrera tan gloriosa, tan olvidada, todo
esto lo caracteriza como a Rivadavia, como al General Paz y a otros; y es esa
la base firme en que se asienta la estatua que hoy levantamos en su honor.
Los primeros
movimientos del patriotismo americano, se sienten en el alma de Belgrano. Funda
la primera Escuela de Educación Científica que existió en Buenos Aires, pues
Charcas y Córdoba eran hasta entonces el centro de la civilización colonial.
Como el malogrado
Montgomery que llevo en vano al frígido Canadá la noticia de que sus hermanos
estaban en armas para conquistar la libertad, Belgrano llevó al tórrido
Paraguay la enseña de la nueva Patria. La historia castiga á los retardatarios
de la primera hora. El Canadá es todavía dominio de la corona, como el Paraguay
menos feliz, por haberse tapado los oídos al llamado de sus hermanos, entonces,
cayó en las redes sombrías del tirano Francia, en las garras del tigre López, y
todavía no ha visto el último día de sus tribulaciones.
Como Franklin, Belgrano
fue a buscar acomodo con la dinastía real, para poner término al conflicto, y
como Franklin volvió desesperando de la prudencia, y de la previsión humana a
activar el Acta de nuestra Independencia.
En nombre del pueblo
argentino abandono a la contemplación de los presentes, la estatua ecuestre del
General D. Manuel Belgrano, y lego a las generaciones futuras en el duro bronce
de que esta formada, el recuerdo de su imagen y de sus virtudes.
Que la bandera que
sostiene su brazo flamee por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, a lo
alto de los mástiles de nuestras naves, y a la cabeza de nuestras legiones; que
el honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa!
Todos los Capitanes
pueden ser representados como en esta estatua, tremolando la enseña que
arrastra las huestes a la victoria.
En el caso presente, el
artista ha conmemorado un hecho casi único en la historia, y es la invención de
la Bandera con que una nueva Nación surgió de la nada colonial, conduciéndola
el mismo inventor, como Porta Estandarte. Nuestro signo como nación reconocida
por todos los pueblos de la tierra ahora y por siempre, es esa Bandera, ya sea
que nuestras huestes trepasen los Andes con San Martín, ya sea que surcaran
ambos Océanos con Brown, ya sea en fin
que en los tiempos tranquilos que ella presagio, se cobijo a su sombra la
inmigración de nuevos arribantes, trayendo las Bellas Artes, la Industria y el
Comercio.
Tal día como hoy, el
General Belgrano en los campos de Tucumán, con esa Bandera en la mano, opuso un
muro de pechos generosos á las tropas españolas; que desde entonces
retrocedieron y no volvieron á pisar el suelo de 'nuestra Patria, siendo
nuestra gloriosa tarea, de allí en adelante, buscarlas donde quiera conservasen
un palmo de tierra en la América del Sur, hasta que por el glorioso camino de
Chacabuco y Maipú fueron solo escalones, nos dimos la mano en Junín, y Ayacucho
con el resto de, la América, independiente ya de todo poder extraño.
Y sea dicho en honor y
gloria de esta Bandera. Muchas repúblicas la reconocen como salvadora, como
auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse. Algunas, se fecundaron
a su sombra; otras, brotaron de los jirones en que la lid la desgarró. Ningún
territorio fue, sin embargo, añadido a su dominio; ningún pueblo absorbido en
sus anchos pliegues, ninguna retribución exigida por los grandes sacrificios,
que nos impuso.
En la vasta extensión
de un continente entero, no siempre son claros y legibles los términos que Dios
y la naturaleza imponen a la actividad de las grandes familias humanas que
pueblan la tierra. ¿Cuál es la extensión de la que cubre hoy y protege nuestra
Bandera?
La República Argentina
ha sido trazada por la regla y el compás del Creador del Universo. Ese
anchuroso Río que nos da nombre, es el alma y el cerebro de todas las regiones
que sus aguas bañan. Puerta de esta América que abre hacia el ancho mar que
toca al umbral de todas las naciones, por ahí subirán ríos arriba con la alta
marea del desarrollo, las oleadas de hombres de ideas, de civilización que,
acabarán por transformar el desierto en Nación, en pueblo. Aquí, en estas
playas, han de cambiarse los productos de tan vasta olla, de tantos climas, por
los que hayan en todo el globo prepararlo siglos de cultura, y la lenta,
acumulación de la riqueza. Aquí ha de hacerse la transmutación de las ideas;
aquí se amalgamaran las de todos los pueblos; aquí se hará su adaptación
definitiva, para aplicarse a las nuevas condiciones de la existencia de pueblos
nuevos, sobre tierra nueva.
No hablo del porvenir. Es ya, este
sueño de nuestros padres, un hecho presente.
He ahí, en esos millares de naves,
nuestros misioneros hasta el seno de la América. Ved ahí en la masa de este
pueblo el ejecutor de la grandes obras, acudiendo de todas partes á alistarse
en nuestras filas, y por el trabajo, la industria, el capital, las virtudes
cívicas, hacerse miembro de la congregación humana que lleva por enseña en la
procesión de los siglos hacia el engrandecimiento pacífico, la Bandera
bi-celeste y blanca.
Esta Bandera cumplió ya la promesa
que el signo ideográfico de nuestras armas expresa. Las Naciones, hijas de la
guerra, levantaron por insignias, para anunciarse a los otros pueblos, lobos y
águilas carniceras, leones, grifos, y leopardos. Pero en las de nuestro escudo,
ni hipogrifos fabulosos, ni unicornios, ni aves de dos cabezas, ni leones
alados, pretenden amedrentar al extranjero. El Sol de la civilización que alborea
para fecundar la vida nueva; la libertad con el gorro fijo sostenido por manos
fraternales, como objeto y fin de nuestra vida; una oliva para los hombres de
buena voluntad; un laurel para las nobles virtudes; he aquí cuanto ofrecieron
nuestros padres, y lo que hemos venido cumpliendo nosotros, como república, y
harán extensivo a todas estas regiones como Nación, nuestros hijos.
Hasta la exclusión del sangriento
rojo, del blasón de todos los pueblos, hasta el color celeste que no tiene
escritura propia en la heráldica se avienen con la idea dominante en este
emblema.
Las fajas celestes y blancas son el
símbolo de la soberanía de los reyes españoles sobre los dominios, no de
España, sino de la corona, que se extendían a Flandes a Nápoles, a las Indias;
y de esa banda real hicieron nuestros padres divisa y escarapela, el 25 de
Mayo, para mostrar que del pecho de un Rey cautivo, tomábamos nuestra propia
Soberanía como pueblo, que no dependió del Consejo de Castilla, ni de ahí en
adelante, del disuelto Consejo de Indias.
El General Belgrano fue el primero en
hacer flotar a los vientos la Banda Real, para coronarnos con nuestras propias
manos, Soberanos de esta tierra, e inscribirnos en el gran libro de las
naciones que llenan un destino en la historia de nuestra raza. Por este acto
elevamos una estatua en el centro de la plaza de la Revolución de Mayo al
General porta-estandarte de la República Argentina.
Y si la barbarie indígena, o las
pasiones perversas intentaron alguna vez desviarnos de aquel blanco que los
colores y el escudo de nuestra Bandera señalaban a todas las Generaciones que
vinieran en pos, reconociéndose argentinas a su sombra, los bárbaros, los
tiranos y los traidores inventaron pabellones nuevos, oscureciendo lo celeste
para que las sombras infernales reinasen y enrojeciendo sus cuarteles para que
la violencia y la sangre fuesen la ley de la tierra. En Caseros esta era la
Bandera que enarbolaba el Tirano contra el proscrito pabellón que volvía para
aplastar la sierpe, con sus hijos dispersos por toda la América. En Caseros por
la unión de los partidos, reaparecieron estas dos manos entrelazadas, como
siempre lo estarán en defensa de la Patria. Al día siguiente de Caseros
vuestras madres y hermanas, ¡Oh pueblo de Buenos Aires! tiñeron de celeste
telas, para vitorear a los libertadores; porque, sea dicho para recuerdo del odio
de los tiranos a nuestra Bandera, en 1852, no había en una gran ciudad
civilizada, emporio de un gran comercio, una vara de tela celeste para
improvisar un pabellón; y una generación entera existía, que no conoció los
colores de la Bandera de su Patria. Ese pendón negro con sus gorros sangrientos
es por fortuna nuestra, el que en los Inválidos de París, recuerda la ruptura
de la cadena con que Rosas intentó amarrar la libre navegación de los ríos.
La bandera blanca y celeste, ¡Dios
sea loado! No ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la
tierra! (…)
Una nación está destinada a prevalecer, cuando
obedece en su propio seno a las inmutables leyes del desenvolvimiento humano.
Sin el espíritu de conquista, Roma
vive en nosotros con sus códigos, como Grecia con sus artes plásticas, su
lengua y sus instituciones republicanas, completadas por el sistema
representativo. Acaso es Providencial que debamos existencia y nombre a Colon y
a Américo Vespucio; y si Garibaldi ha de tener su parte en la reconstrucción de
la Italia romanizada, su lugar en la historia lo conquistara, mezclando aquí su
sangre a la nuestra, para endurecer los cimientos de nuestra constitución,
libre, republicana, representativa.
Hagamos fervientes votos, porque, si
a la consumación de los siglos, el Supremo Hacedor, llamase a las naciones de
la tierra para pedirles cuenta del uso que hicieron de los dones que les
deparó, y del libre albedrío y la inteligencia con que, dotó a sus criaturas,
nuestra Bandera, blanca y celeste, pueda ser todavía discernida entre el polvo
de los pueblos en marcha, acaudillando cien millones de argentinos, hijos de
nuestros hijos hasta la última generación, y deponiéndola sin mancha ante el solio
del Altísimo, puedan mostrar todos los que la siguieron que en civilización,
moral y cultura intelectual, aspiraron sus padres a evidenciar, que en efecto
fue creado el hombre a imagen y semejanza de Dios”.
Como era de
esperar, los críticos de Sarmiento enumeraron una serie de defectos en este
discurso. Fue por eso que Eduardo Wilde defendió la pieza oratoria en un Bosquejo crítico (La República, 28.9.1873). El sanjuanino lo aplaudió diciendo: “Mi amigo: Me ha puesto celoso con su
artículo crítico que rivaliza con el discurso” .
Y sí, la
pieza de Wilde era tan brillante como la pronunciada por el presidente.
Comenzaba diciendo que si alguien leyera el discurso sin saber de quién era,
diría “lo ha dicho un joven, lo ha
escrito un joven, lo ha pensado un joven que vive en medio de las bulliciosas
pasiones propias de la edad y que por rareza tiene un juicio más maduro que el
que le corresponde”. Y agregaba:
“Una
bella pieza de arte alcanza su máximum cuando imita a la perfección la
naturaleza; nada sino lo verdadero es bello y nada es verdadero sino la
naturaleza entera o contemplada en sus detalles.
Pero la misma naturaleza es
defectuosa; el brillante más rico algún punto tendrá que brille menos; en la
cara más hermosa algún rasgo ha de haber que no armonice; el arco iris más
variado alguna faja menos viva, más confusa ostentará al perderse en el
horizonte, y la misma gota de agua recogida en la punta de un alfiler, o una
lágrima si se quiere suspendida en la pestaña de la mujer más amada, bien vista
la gota de agua o la lágrima, no será tan pura, ni tan limpia, ni tan esférica
como parece.
Es verdadero tener defectos, es bello
tenerlos y no hay belleza que no los tenga (…).
Dada tal cabeza, no podía salir de
ella sino tal obra de arte, nueva, original, vigorosa, atrevida, pendenciera,
medio sublime, rica en literatura, descuidada, poética, sencillísima, política,
trascendental, amenazante, desgreñada, que llora y ríe y se hace tierna,
revolviendo en un torbellino encantador un montón de ideas de todo género, que
tiene cada una su valor, que parece que no han sido hechas para estar juntas
pero que el espectador no encuentra mal que se acompañen.
Todo esto que ni nosotros mismos
entendemos sale del discurso de Sarmiento.
Una pieza oratoria tiene su mérito
cuando por lo menos hay en ella una idea capital bien desenvuelta (…).
Pues bien, el discurso del Presidente
tiene una idea en cada párrafo (…).
Se habrá dicho en el mundo
próximamente cuatrocientos millones de discursos a la bandera de las diferentes
naciones que pueblan el globo, pero nosotros no hemos leído hasta ahora una
alocución más nueva y más original que la que Sarmiento ha dirigido a la
bandera argentina”.
Más
adelante, transcribe algunos de los párrafos de Sarmiento , y dice que las
ideas del sanjuanino “han sido nuevas
desde que tuvo veinte años y continuarán siéndolo hasta que tenga noventa, si
ha de vivir hasta entonces”, pero que él no tiene ningún mérito por esto, y
explica porqué:
“La novedad está en su
naturaleza y es una modalidad de su inteligencia, es una aptitud orgánica inconsciente
y sin preparación, que tiene su asiento en las disposiciones textiles de su
cerebro.
Por eso en él la novedad con su forma
especial y su originalidad incalculable, es una novedad fácil, espontánea,
imprevisora, diremos y que se cuida poco de las reglas que, al fin y al cabo,
no son hechas sino para espíritus de poco aliento.
Si nos fuera permitido expresar
nuestra idea por medio de una comparación, nosotros diríamos que las formas
literarias que asumen las ideas del señor Sarmiento y la esencia misma de estas
ideas, estarían perfectamente representadas por una hermosa mujer, joven y
audaz, que desprecia la moda y es capaz, en último trance, de salirse en cueros
a la calle.
Los escrupulosos y timoratos, si así
lo hiciera, comenzarían por asustarse al ver tamaña audacia (…) Pero pasando el
tiempo y apagándose poco a poco las alarmas del pudor asustadizo más que
reflexivo, la gente de decidido buen gusto recordaría con placer aquella época
en que una joven hermosa, con grandes ojos negros, cara atrevida, fresca como
una rosa y despreocupada e inteligente como pocas, solía salirse en cueros a la
calle y lo bella que solía estar cuando le daba por vestirse con todos los
encantos de la moda, pues todos le venían bien…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario